viernes, mayo 04, 2007

los sentidos (I)

De repente el aire huele a tostadas. Es casi la una del mediodía y en algún apartamento del edificio alguien se hace una tostada. Dentro de mi casa suena un contrabajo o un chelo, nunca sé cómo llamarlo ( M. me mataría si me leyera después de tantos años sin saber ponerle nombre a este instrumento).
Otros días el hueco de la escalera exhala olores diferentes: sopa, pimientos asados, ajo. A veces es el patio el que desprende olores o, excepcionalmente, música: algún domingo alguien escucha los 40 principales o algo parecido. Pero nunca un chelo o un contrabajo y mucho menos algo como ese piano que me pone tan triste.
A mí me gusta abrir las ventanas y poner alta la música. No lo hago muchas veces para no molestar, pero eventualmente necesito al menos tres minutos con la música alta, que el aire del apartamento se llene de acordes, de voces, incluso de baile.
Suelo pensar que alguien puede escuchar la música y emocionarse como me emociono yo. Suelo pensar que si alguien pusiese un disco que me conmoviera y yo escuchara subir el sonido como sube el olor de las tostadas, recorrería el edificio, como si buscara el pie de la cenicienta, para encontrar el origen de esa música y pegaría la oreja y la mano abierta a la puerta (la palma de la mano abierta, apoyada firme pero suavemente para sentirlo todo) y me quedaría así, en éxtasis hasta que terminara la canción.
Pero la música no sube por el patio y del olor a tostadas sólo queda el recuerdo que evocan estas palabras.