miércoles, octubre 30, 2013

construir

no tener más que ganas de hacer el amor
(y que ella sólo tuviera ganas de deshacerlo).

jueves, octubre 24, 2013

indefensión

en el estómago
una piedra
o un suspiro.

y más arriba
en el centro del pecho

en el ojo de esta tormenta

un pararrayos roto
como un paraguas destartalado
en la papelera de un semáforo.

domingo, octubre 20, 2013

sin sentido

Las palabras
van cayendo en la trampa.

Y una a una dictan su veredicto,
construyen este cerco
del que no puedo huir
mientras me mires.

jueves, octubre 17, 2013

palabras

No recuerdo bien cuándo fue que me quedé sin palabras.
No sé si ocurrió una tarde de domingo o andando en bicicleta por el otoño.
Fue inesperado e inhóspito: un tajo profundo que desangraba letras. Y de pronto pasó y ya no supe nombrar, decir, contar. Un territorio romo me habitaba.
Para contarlo así, ahora, recurro a las reservas: coleccioné palabras en frascos de cristal, en la despensa. Las hay de todos los tamaños y colores, pero nunca infinitas. No sé qué voy a hacer cuando se acaben. Pedir unas prestadas, si acaso, aunque nunca sonarán como las mías.

martes, octubre 15, 2013

algo antiguo

Hizo de la negación su bandera o más bien sólo un trapo. Con él ensució los cristales que creía estar limpiando, para no ver lo que tenía delante.
Tantos años pasaron como en un cuento de princesas perdidas, tantos años como cantaba el tango, tantos años sujetando la soga entre las manos, mientras el transatlántico se alejaba del muelle, y la soga raspando, haciendo llagas, destrozando las palmas de las manos, volviéndolas (por fin) tan insensibles.
Imposible retener el barco que zarpó, sin embargo aquí sigue la cuerda.

viernes, octubre 11, 2013

exorcismo (fragmento)

Necesitaba un exorcismo. No un exorcismo del demonio sino un autoexorcismo. Un exorcismo de mí misma.
Necesitaba que el padre Karras o el espíritu de Santa Teresa o incluso un vecino, se arremangara el jersey y metiera el brazo en mi garganta para coger por las patas de atrás a mi peor parte, para que la arrancara y la lanzara contra la pared como a un animal rabioso.
Yo necesitaba un anzuelo de oro, que entrara en la garganta como una serpiente amaestrada y cogiera con la punta de sus colmillos a lo oscuro, lo extraño, la sombra del incomprensible dolor allí enquistado.