jueves, septiembre 29, 2016

Carta a una cartera

Estimada señora cartera:

Me ha dicho ella, en medio de otras cosas que me ha dicho, que usted tiene mis cartas.
No sé de qué manera puedo yo contactar con usted (entiendo que por carta, cae de maduro) aunque no tengo su dirección y mucho menos conozco su cara. Igual necesito escribirle.
Me pregunto qué hará usted con las cartas devueltas, no digo con las mías solamente, sino con todas.
Dicen ustedes que las llevan a la oficina de correos pertinente, pero ¿luego qué?
Una carta que no ha llegado a destino es una carta amputada, una carta que no cumplió su cometido en la vida, una carta que se quedó a medio camino de ser.
Si por lo menos usted pudiera mentirme y decirme que se las llevó a casa, a su casa (a la de ella ya sé que no, ella le ha dicho que yo ya no vivo allí, dejó bien claro que mis cartas no osen poner sus piececitos en su buzón, lo he entendido), que sintió compasión y mis cartas durmieron aunque fuera una última noche encima de una mesa, entorno familiar, entre un catálogo de muebles y sus facturas de la luz.
Si tan siquiera yo supiera que mis cartas no murieron por nada (en el contenedor del reciclado del papel, sin haber sido abiertas), yo me quedaría más tranquila. Ya sé, soy una tonta, sí, lo sé.
Ante mi reclamo, usted se preguntará si aquellas eran cartas importantes, si las cartas que usted cogió de las manos firmes y decididas de ella, eran cartas de amor, o ansiosas respuestas a preguntas y yo no puedo mentirle (aunque podría): no, esas cartas no eran cartas de amor, no eran la repuesta a nada. Esas cartas eran cartas del banco, cartas del seguro del coche, cartas del ayuntamiento.
En el sobre ponían mi nombre y ponían la dirección de la casa de ella. Ponían quinto izquierda (siempre he tenido una ligera inclinación hacia los quintos).
Tal vez podría explicarme, diciéndole que durante un tiempo su casa fue mi casa, nuestra casa. Ella no se acuerda o prefiere no acordarse y, por eso, imagino que devuelve las cartas como si le quemaran, como si le dolieran.
No sé si usted lo entiende, seguro que usted tiene muchísimos casos de estos: cartas devueltas por desamor, desentendimiento, cartas que pagan como hijos compartidos el estar en el medio de esto. No sé a qué llamo esto.
A mí también me duele que las haya devuelto. Pero, se lo digo en verdad, debe creerme, me dan igual las cartas. Al final, excepto que fueran cartas de amor, las cartas no tienen importancia. Pero el gesto, ay, el gesto. El gesto nos define. ¿A que sí?
Eso es lo que me duele, no las cartas, sino el gesto.
Por eso le escribo, en realidad. No es que quiera mis cartas, que ya habrán sido recicladas junto con periódicos viejos y kleenex usados, rollos huecos del papel higiénico, cajas de cartón desarmadas. Lo sé.
No le escribo para que usted haga nada, entonces no se asuste.
Le escribo porque me dolía aquí y cuando me duele aquí, sólo se me ocurre escribir.
Espero que usted esté bien.
Mil disculpas y gracias.

miércoles, septiembre 14, 2016

tormenta

La nube sobre la casa
parece una nave nodriza que viene a buscarme.
Al abrir sus compuertas
tan sólo deja caer agua
y más agua
larguísimas cuerdas líquidas
desenredándose pesadas.
Con el paso de los minutos
la nave es una enorme tortuga
que retoma su vuelo para volver a casa
dejando sobre el horizonte
una estela gris
un humo pobre
el final desmembrado de una estrella fugaz
olor a planeta tierra mojado
nostalgia del verano
que aún no se ha ido.