jueves, agosto 15, 2013

irme

Me da cada tanto que me tengo que ir, algo así como un punto extraño que no sé prever ni prevenir ni presentir. Lo noto a posteriori, cuando ya me he ido, cuando ya me fui, cuando ya estoy en otro sitio al que no sé bien cómo llegué y es allí, como si hubiera caído de un árbol, cuando entiendo que me tenía que ir y que me he ido.
A veces me voy entera y a veces sólo se marcha una parte de mi cuerpo. No pienso que esto sea especial y que no le ocurra a nadie más. Me ocurre a mí y lo explico: sin venir a cuento y sin aviso, mi cerebro, o parte de él, estira una manito, para un taxi y se marcha a ver un atardecer en la toscana o se va a observar abstraído un hormiguero, no tiene que ser nada trascendente. También puede salir corriendo, sin ponerse ni chándal ni nada, porque no le da tiempo: cuando me tengo que ir, me tengo que ir y no puedo entretenerme con el vestuario.
En situaciones un tanto más complejas e inexplicables, es mi cuerpo el que se marcha y mi cerebro el que se queda. Parece difícil de visualizar pero no lo es: me marcho físicamente pero mi espíritu (por-lla-mar-lo-de-al-gu-na-ma-ne-ra) se queda allí a lo lejos, tan encantado él de conocerse, tan encantado de dejarme a medias o a cuartos, con el cuerpo un poco sinsentido.
Me da cada tanto que me tengo que ir, como una urgencia, un ímpetu, una necesidad, impostergable. Tampoco sé, porque no puedo hacer el ejercicio de parar el tiempo y escrutarme, si yo me quiero ir o en realidad, quisiera quedarme donde estaba, un poco quietecita, sin tanto bamboleo, con los pies en la tierra por un rato.