jueves, abril 23, 2015

rabia

Sacar la rabia, me dice M.
Que si no se la saca se enquista, te ensucia, se acomoda.
Yo le digo que cómo, que cómo se saca la rabia.
M.se sorprende de que yo tenga una rabia guardada en el fondo. No se había enterado.
Claro, pienso, si la tengo amordazada, detrás de la librería, de las cajas, de las maletas, de las cosas desordenadas.
Pues sácala, me insiste.
Me arremango el jersey y me meto hasta el fondo, la bombilla se quemó y aunque siento a mi rabia respirar, no la veo, estiro un brazo, aparece un peluche, se me cae una caja, me golpeo. Ay, ahora sí, qué rabia, entonces la veo.
Venga, ven, vamos, tengo que sacarte, le digo.
Le pongo una correa azul, tiro un poco de ella (se resiste, no está acostumbrada a ver la luz, le molesta) y la saco.
Bajamos la escalera a tientas, como si fuéramos a oscuras (aunque aquí sí hay bombillas), camina como si diera sus primeros pasos, como si no supiera, yo no quiero ir tan lento, me da rabia, corro escaleras abajo, la arrastro detrás de mí, se golpea con los escalones.
En la calle está lloviendo.
En la calle mi rabia ladra pero como para adentro, como fuera de sincro. Se queda parada en una esquina, no le gusta mojarse sus patitas nerviosas.
No llevamos paragüas, los paragüas nos dan (más) rabia.
Nos mojamos hasta que la rabia chorrea.
Paradas en una esquina, mi rabia y yo no hacemos nada.
A la rabia hay que sacarla con contundencia, con tesón, con carácter.
Yo la saco como a un perro mojado y así no hay caso.
Volvemos a casa.
Mi rabia está desinflada, triste, como si la lluvia la hubiera encogido.
Me mira desconfiada. Dónde me vas a meter ahora, parece preguntarme (mi rabia no habla, a lo sumo da gritos de niña incomprensible).
Yo no sé responder.
La cojo en brazos para subir la escalera.
En el fondo mi rabia me da pena.
Y así vamos.