domingo, mayo 15, 2016

Hormigas

Cuando me desperté, me dolían sólo las letras ce y erre.
No me preocupé demasiado, no había dormido bien, la noche me estuvo revolviendo como a una ahogada y todas esas molestias me parecían normales.
A media mañana, sin embargo, me empezó a doler mucho pero mucho mucho (un dolor esdrújulo) la letra eme y también la ene y todas las letras vecinas a ellas, como si se hubieran contagiado. Podía mover la lengua y pronunciar algunas palabras pero con una sensación demasiado punzante.
Al mediodía me dolía todo el abecedario. Y ya no se trataba de hablar (el lenguaje no es sólo hablar), sino que al pensar o escribir ciertas frases el dolor crecía y me retorcía como si me estuvieran haciendo vudú.
En urgencias me dijeron que no hable, que no escriba, que no piense en palabras.
Que mire la televisión y tome esa pastilla.
Todo se curará con tiempo, dijeron. Usted olvídese de nombrar, sentenciaron.
No les interesó escucharme decirles que lo que necesito es justamente lo contrario: sacarme las letras acumuladas de encima, aunque duelan, limpiarme de letras y más letras enloquecidas este hormiguero arrasado, rebuscar y encontrar una palabra (anestesia, por ejemplo), y pronunciarla (o escribirla) como una cataplasma.