lunes, marzo 10, 2014

enamorarse

- Buenas tardes.
- Buenas tardes.
- ¿Si?
- Venía a enamorarme.
- Ajá.
- Me dijeron que aquí…
- Le dijeron bien.
- ¿Entonces?
- ¿Usted tiene paciencia?
- Poca.
- Pues tendrá que comprar, entonces. Ve aquellas máquinas. Eche una moneda. Espera dos horas y trece minutos y le saldrá una dosis.
- ¿Y enamorarme cuándo?
- Paso a paso. ¿Qué trae en esa caja?
- Mi corazón.
- ¿Lo tiene en una caja?
- ¿Dónde sino?
- En el pecho, centradito, tirando a la izquierda.
- ¿En el pecho? Imposible. Es escandaloso, se agita, aplaude, se revuelve. A veces llora. Es como un niño pequeño.
- ¿Pero en una caja? Pasará frío. Y hambre.
- Le tiro cositas para que se alimente, no vaya a creer. Fotos, canciones, poemas, chocolate. Le susurro. Le canto.
- Ya, pero sangre lo que se dice sangre.
- No es un vampiro, es mi corazón.
- A veces son vampíricos.
- No es el caso. Yo sólo quiero enamorarme. A toda la humanidad le ocurre. ¿Es mucho pedir?
- A toda la humanidad le ocurre es una frase muy grande.
- Seis palabras. Las hay más largas. Las frases, digo.
- Hablo de que es un concepto grandilocuente. Y absurdo. Abarca mucho y dice poco.
- Yo sólo quiero enamorarme, no quiero debatir. Me dijeron que aquí…
- Le dijeron bien.
- ¿Entonces?
- ¿Trajo el disco?
- ¿Qué disco?
- El disco con sus canciones favoritas.
- ¿Es preciso?
- Preciso, preciso…. El amor es una ciencia inexacta. Le puede hacer falta banda sonora o no.
- Pues no traje. Pero sé cantar. Boleros y esas cosas.
- Pero esto no es un karaoke.
- Sé hacer cosas.
- ¿Por ejemplo?
- Sé leer de cabeza, a buen ritmo.
- Interesante pero inútil.
- Soy todo contras, entonces.
- Para enamorarse no hay pros ni contras. Ocurre.
- ¿Y entonces para qué me pide tantas cosas? Parece una prueba de supervivencia.
- Hacemos ejercicios de distracción. La gente viene pidiendo enamorarse, pero nosotros (habla en secreto): no tenemos ni idea de cómo se hace. Tenemos fama, pero es falsa, la gente compra espejitos de colores. Nosotros sólo tenemos ejercicios de distracción, a ver si los clientes se olvidan de a lo que venían.
- Venía a enamorarme.
- Y dale.
- Me dijeron que aquí.
- Le dijeron bien.
- ¿Entonces?
- ¿Ve aquella diana allí, en el medio del prado de margaritas, círculos rojos y blancos como una piruleta?
- Sí.
- Vaya y póngase allí. Espere. Mire las formas de las nubes. Huela el aire. En un rato vendrá Cupido a dispararle flechas. Tal vez alguna acierte en su corazón. Tal vez no. Se dará cuenta. Duele pero no sangra.
- Voy. (Sale corriendo).
- Oiga! Se le olvida su caja.
- Jo! No sé dónde tengo la cabeza.
- (Para sí mismo) Ni el corazón.