lunes, enero 05, 2009

paroxismo íntimo

No sé hacia dónde voy, perdida.
Enredada en tu hábito de tristeza, apenas he rozado tu boca pero sigo embebida de este algo inexplicable, sensación de haber recobrado la inconsciencia, una especie de circo en miniatura que me danza alrededor y con el que tropiezo cada día: tan pronto hago imposibles equilibrios a cien metros del suelo, como meto el corazón dentro de la boca del león, hago malabarismos con la ansiedad y la alegría, o me burlo de mí misma con la cara pintarrajeada de blanco y rojo.
No sé hacia donde voy, perdida, porque tú sigues quieta en tus recuerdos, tus presentes, haciéndote respuestas.
Me duele la boca, la punta de un dedo del pie, la piel sobre el omóplato derecho. Más cosas.
Me duele donde se juntan tu hombro y tu cuello.
A ti verme o no verme no te duele ni la uña del meñique.
Pero, sea lo que sea, he dejado el convento definitivamente, he quitado el freno de mano y la cuesta empinada me arrastra hacia esta incertidumbre tan gozosa y extraña.
Abandoné las carmelitas a cambio de este paroxismo de tu ausencia.
Pero paroxismo al fin que, después de tanto tiempo indemne, es lo que cuenta.