lunes, mayo 04, 2009

rezo

La alegría se metió en una jaula. No sale. Le dejo la puerta abierta, pero no vuela. Durante un tiempo, la alimenté con canciones y poemas, palabritas cocinadas a fuego lento, cautela, cuidados primorosos para que reaprendiera la sonrisa, pero se comía todo y se quedaba como con una tristeza atragantada. Paradójica pena de la alegría en la jaula.
A veces conseguía arrancarla del hierro y se ponía a volar, parecía hasta feliz, sin decir nada. Pero después de unas horas agitada en el aire, se volvía a su encierro, se apagaba.
En el veterinario de alegrías nadie tiene recetas. Que espere, que no tiemble, que no huya, me dicen, ya se le pasará la pavura. Por la noche no duermo, atenta a sus suspiros. Por la mañana abro los ojos, temerosa de que se haya desvanecido, plumaje desinflado, luz de frío.
Con las horas del día la miro desde lejos, con las manos unidas, como si le rezara a un dios en que no creo, esperando el milagro de las alas abiertas, del viaje sin barreras, del infinito aire ilusionado.