lunes, noviembre 11, 2013

la cabeza

Mi papá tuvo un infarto y perdió la cabeza.
Estuvimos muchos días preocupadas, cosiendo el corazón roto con hilo colorido, sin pensar más que en ese remiendo, concentradas tan solamente en eso.
Y al levantar la vista, mi padre ya no tenía cabeza. Se le había ido del miedo del susto del sueño.
Seguimos remendando sus heridas a base de miguitas de pan que dejamos caer como hansel y gretel, a ver si la cabeza se animaba y regresaba tentada por recuerdos perdidos.
En el medio, el diálogo descabezado es teatro del absurdo: hablar con alguien que perdió la cabeza resulta estimulante a la vez que frustrante. Es como ser sonámbulos a la hora del almuerzo.
Ningún médico explica, sabe, mucho menos consuela.
Los médicos te sueltan en la plaza a ver cómo realizas la faena y que el diablo nos coja confesadas.
Me imagino que acaso los médicos han visto perderse demasiadas cabezas.
Para nosotras la de nuestro padre ha sido la primera.
Acudimos a verlo cada día y, para disimular, donde tenía su cráneo hemos puesto un globo de color amarillo, que se mueve en la almohada como un equilibrista. Le pintamos sonrisa, ojitos, barba.
No se parece a nuestro padre en nada y cada vez que alguien golpea la puerta de la 504 pensamos si será su cabeza de vuelta pero son enfermeras o auxiliares que parecen que perdieran el metro algo enfadadas.

2 Comments:

Blogger mónica pía said...

creo que están en el buen camino... una vez que aquel que amas ha perdido la cabeza, lo mejor es dedicarse al corazón... seguramente él sí pueda comprender...

un abrazo,

22:26  
Blogger samsa said...

Mónica! sí, supongo que tienes razón, de hecho, confirmo que tienes razón.
el corazón no pierde la cabeza!
o sí?

mar de dudas.

abrazo y gracias por leerme!

10:22  

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